Cuando nadamos en el mar, permitimos que el agua nos mueva el cuerpo. No protestamos: ¿Cómo se atreve esta ola a ser tan alta?, debería ser más baja.” Aceptamos que no dominamos el mar. De hecho, lo imprevisible de las olas nos parece emocionante. Entonces, ¿por qué, si se trata de relaciones o sucesos de la vida, somos incapaces de aceptarlos y nada más? La vida no es intrínsecamente buena o mala, solo es, como las olas del mar.